Exlibris de Araceli y Clotilde

Exlibris de Ester Rodríguez Ro


cualquier situación un divertimento. Siempre pensé que había heredado la genialidad de su padre el malogrado caricaturista Angel Villena. ... Sin embargo nos separamos, primero yo me trasladé a setecientos quilómetros y ella, cuando terminó medicina, se fue a ejercerla a Alemania. En un principio nos escribíamos, luego, a las cartas siguieron las postales, después las llamadas y éstas cada vez más distanciadas. Ahora apenas hablamos. Pero no importa, cuando volvamos a vernos todo será como antes. Eso espero.
oy a las dos de la tarde con un sol que derretía las piedras salí de la imprenta con cincuenta ejemplares. Afortunadamente junto a la imprenta hay una parada de taxis, y para mi alegría vi a cuatro o cinco estacionados a la sombra de unas jacarandas, pero en ninguno de ellos encontré al conductor. Después de aguardar diez minutos sudando la gota gorda me acerqué al bar más próximo por si me podían explicar el misterio de los taxistas desaparecidos. "Sí, esto es una parada pero no se moleste en esperar porque los chóferes están comiendo" Me contestó el camarero. Mi mirada de desesperación debió taladrarle el alma porque enseguida continuó:"No se preocupe, mujer, que ahí, al volver de la esquina, encontrará uno enseguida". El sol, ya digo, implacable y yo firme al borde de la calzada y con el brazo extendido todo el tiempo, no se me fuese a colar alguno. Así veinte minutos y ya a punto de la apoplejía, un taxi se para a mi lado: "Si va en buena dirección la llevo; si no, no, que es mi hora de descansar". Sin contestarle y de un salto, con una agilidad impropia de mis años y de mis quilos, me planto en el asiento trasero e inmediatamente, echo el seguro de la puerta, mientras me digo que de allí ya no me saca ni un batallón de picoletos. El taxista, me mira por el retrovisor e insiste: "Que ya he terminado el turno..."Hago como que no le oigo bien y entre dientes murmuro mi dirección. El hombre suelta un taco y yo me agarro más fuerte a la tapicería. Fijo que de aquí ya no me muevo. Para ahorrar combustible, muchos taxis no llevan puesto el aire acondicionado y este tampoco. Así que, en cuanto se pone en marcha, por las cuatro ventanillas entra un vendabal de fuego que me corta la respiración. "Para llegar antes entraremos por la autovía" Esa es la desventaja, una más, de residir en la quinta puñeta, pienso. Y he aqui que a la par de pisar el acelerador el hombre se conecta a Radio-Pandereta y me la pone a todo volumen "¡¡¡Si le molesta lo quito!!!" Grita para hacerse oír por encima de tanto decibelio. Y yo que ya estoy resignada a permanecer los próximos minutos en las calderas de Pedro Botero le hago un gesto de ni fu, ni fa. Pero al instante y no sé si porque el calor le ha reblandecido los sesos, o porque la velocidad lo entona, el caso es que rompe a tararear a voz en grito la rumba que suena por la radio y según canta y canta, el hombre se va creciendo, y en ese momento en que la letra de la canción se pone más melodramática y racial, suelta el volante, sube los brazos y gesticula y declama al son de la música. Me quedo helada pese al calor. El taxista busca mi cara de admiración por el retrovisor y al vérmela desencajada cree que me mareo. "Saque la cabeza y respire". Aquí ya, aún sin dejar de cantar, sus manos vuelven al volante.
Estaba muy pálida, delgada y mustia y decidieron que me convenía cambiar de aires. Así que durante las vacaciones de verano me mandaron a la casa de campo de unos conocidos que estaba situada entre las provincias de Zaragoza y Teruel pegada a la Laguna de Gallocanta. Allí me agencié un búho al que llamé Perico y que era una preciosad. No debía pensar lo mismo mi familia puesto que cuando vinieron a recogerme me costó mucho que aceptaran al animalito. Al llegar a casa coloqué en la terraza la inmensa jaula pero a los dos, o tres días me dijeron que mi Perico se había escapado y que había vuelto a la Laguna. No me lo creí, pero era mejor aceptar ese cuento que la triste realidad de que probablemente mi Perico había muerto. Ya antes de aquello, desde siempre, me han gustado los búhos, por eso abundan tantos en mis exlibris. Otro día contaré más cosas sobre ellos. Este Exlibris fue un encargo que me hicieron para regalar en navidades a una chica muy joven. Me parece un búho muy simpático, incluso yo diría que se ríe.
ía de las ilustraciones se hacían en blanco y negro, porque en blanco y negro era la vida de los españoles. Sin embargo de cuando en cuando aparecían por casa unas revistas con unos dibujos publicitarios que me gustaban tanto que los recortaba y guardaba en una caja de galletas. También había por allí unas novelas antiguas, de texto resumido, con unas portadas tan coloristas y alegres que en nada se parecía a otras publicaciones del momento y que a mí me hechizaban de una manera especial. En seguida supe que el autor de aquellas ilustraciones que tanto me impactaban eran Manolo Prieto. Buscaba sus diseños en todo ejemplar que caía en mis manos y aún los sigo buscando, aunque ahora lo hago en rastros y tiendas de viejo. Soy coleccionista de su obra, de su gran obra. Pero tristemente a Manolo Prieto, fuera del círculo de los diseñadores, apenas se le conoce. Y sin embargo si yo digo el TORO DE OSBORNE, o el TORO DE LAS CARRETERAS, todo el mundo sabe de qué hablo. Ese icono universalmente conocido que gracias al apoyo popular se libró de la Ley de Carreteras, que prohíbe cualquier valla publicitaria que pueda distraer al conductor. Afortunadamente la silueta enigmática y racial, con su mucho de tótem ibérico se ha salvado. Ayer en el partido de España, las banderas se agitaban y en muchas de ellas pude ver la mancha negra del toro, del toro de Manolo Prieto. Los que me conoceis sabeis muy bien que mucho me irritan los patriotismos, los nacionalismos y sus símbolos. Y si este exlibris lo hice con mucha pasión fue para ofrecer mi humilde homenaje póstumo al creador de un diseño que este 2006 cumple los cincuenta años. Medio siglo asomándose majestuoso desde el horizonte a nuestras carreteras. Larga vida al Toro.
se había comprado una bandeja de loza, o de porcelana, o de acero..."No Puchi, no; una fuente, fuente. Una fuente de esas grandes, de mármol rosa, muy trabajada, como de renacimiento italiano. Una verdadera maravilla. ¿Grande? pregunté yo, con la garganta casi seca. "Pues, sí, quizá demasiado... Pero es igual, porque en el patio de la oficina quedará preciosa". Lo que mi amigo llama patio no es mucho más que un distribuidor a la intemperie. "Ya verás cuando entren los clientes: se caerán de espaldas" Siguió contándome entusiasmado igual que un crío, por su última adquisición. Y yo mientras le escuchaba no pude evitar imaginarme a la fuente canora en todo su esplendor y a la asistenta llenando alli el cubo de la fregona, y a Carmenzita bañando bajo el risueño chorrillo a la tortuga "Cuarcito", y a mi hijo el pequeño montándose una naomaquia de impresión, con el barco pirata y los clic de Playmobil, y al patoso de mi marido, que de puro grande anda siempre a tropezones, dejandose los sesos entre volutas alabastrinas... Hay un pequeño problema -dice Miguel un poco compungido- que la fuente está en Madrid (a 500Km, y tiro por lo bajo) que del transporte me tengo que encargar yo, que con cinco hombres no se puede ni mover, que hay que buscar una furgoneta que pueda traerla y que encima para subir y bajarla de la furgoneta se necesita una grua ...." Y yo ya al borde del colapso suelto:" Y no se te olvide que hay que cruzar Despeñaperros " A ese puerto le tengo una tirria especial. Pero en seguida me arrepiento de haberle dicho eso. ¡Hay que ser positiva! Además a los amigos hay que apoyarles por muy surrealistas que sean. Y en seguida me veo la llegada de la fuente a la oficina y como supongo que no pasará por la estrecha y angosta escalera se instalará la grua en el balcón del despacho que enfrenta con el patio. También supongo que como el pueblo es muy pequeño el espectáculo está garantizado: la chiquillería del barrio alrededor armando bulla, el tendero de la esquina con un ojo en el negocio y con el otro viendo como se eleva la fuente por los aires, y el boticario que desde el escaparate de la farmacia gozará deposición privilegiada, capaz será de echar el cerrojo mientras dure. Y ahora estoy pensado, que ese día tan importante del que hablarán los cronistas del lugar, tendré que trasladarme allí con mi familia al completo (300Km de nada), mi marido y mi mayor de corbata, el pequeño con polo nuevo de firma y Carmenzita y yo de teja y mantilla. Un día es un día ¡Qué caray!.
Soy muy de asfalto, me gustan los paisajes urbanos y a ser posible nocturnos, por eso me encontré muy cómoda haciendo este exlibris para Jodie Dinapoli. No la conozco personalmente pero quien me lo encargó me dijo de ella que es una jovencita americana muy guapa, licenciada en Historia del Arte, inteligente, con iniciativa.... y con una habitación caótica. También me dijeron que trabaja en Nueva York en algo relacionado con el arte. Al hablar de este exlibris he recordado que hace unos años pinté un paisaje de N. Y. que ha sido el cuadro más solicitado de todos los que he hecho. Cuando visitan mi web a menudo lo señalan como el mejor, incluso un amigo lo utilizó sin mi permiso para ponerlo en la portada de una novela, por cierto la novela no la he leído aún porque cada vez que cojo el libro se me rompe el corazón al ver qué destroza hicieron en la editorial para adaptar el formato del cuadro al de la portada. Una masacre. Suerte que al escritor lo quiero una barbaridad que si no...









